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El aspecto cultural, el valor humano del patrimonio del macizo, su interés histórico, son mucho menos evaluables que sus recursos paisajísticos y sus recursos naturales y estéticos. Ya durante el Neolítico los poblados de ambas vertientes opuestas mantenían relaciones comerciales. En efecto, los autóctonos de ambas vertientes, debido a los recursos climáticos distintos, requerían una lógica y fructuosa complementariedad. Los ganaderos atravesaban las crestas, conduciendo sus rebaños, al ritmo de las estaciones, a la búsqueda del pasto verde y crecido. Los productos del sur (cereal, aceite y vino), hallaban fácil intercambio con los recursos de los pastos, productos del bosque y, pronto también, de la artesanía norteña.
     
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La historia de estos poblados de montaña, incluso la escrita, se remonta a los tratados de paz -al principio llamados patzerías-, datando del S.XI los más antiguos y sólo verbales, pero más tarde concretados en pergaminos a partir de los siglos XIII y XIV. Se daba fin a violentos conflictos entre ganaderos, se indemnizaba a las víctimas y se alcanzaba así una paz justa y duradera, que permitía o posibilitaba renovar los intercambios. Tales primitivos tratados internacionales eran sin duda ejemplares en su época. La reglamentación que dimanaba de ellos permitía a su vez enfocar aspectos de límites y resguardarse de los sospechosos. Más tarde, a partir de los siglos XVI y XVIII, garantizaron la neutralidad intervecinal de los poblados montanos, a uno y otro lado de los lindes fronterizos internacionales, llegando incluso a conservar el comercio interfronterizo, pese al eventual estado de guerra entre ambos reinos de España y Francia. La convivencia y la confraternidad, el mutuo apoyo entre el Alto Aragón y el país de Barege, se cadificó muchos siglos atrás.
 
 
     
Se sabe así, que los habitantes de la vertiente norte (bigurdianos y toys), se salvaron de la miseria norteña del siglo XVIII, gracias al trigo de Aragón -quizás el producido en las espuenas o bancales de Bestué- que llegaba a la vertiente norte a través de los altos puertos del macizo, frecuentados entonces de forma regular por largas caravanas.

Avanzando el mismo s.XVIII, con orientación de Ramond y algo más tarde bajo la influencia de sus obras, en los albores del S.XIX, los altos valles alrededor de nuestro macizo se conviertieron en una de las "múltiples cunas" del Romanticismo.
 
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Gavarnie, el _Coliseo de la Naturaleza_ según Víctor Hugo, inspiró algunas de las más hermosas páginas de la literatura francesa. Dibujos, grabados y pinturas abundan, ilustrando ese enfoque romántico de la montaña, simbolizada por el circo y la célebre Brecha de Rolando.

A partir de la década de los ochocientos sesenta nuestro macizo, con sus numerosas cumbres que rebasan los 3.000 m. y sus innumerables aristas y acantilados, se convierte, tanto al norte como al sur, en el centro de mayor actividad pirineista. Alrededor del año 1900, Gavarnie, inmediatamente después de Chamonix, ofrecía la compañía más numerosa de guías a los turistas procedentes de todo el continente.
 
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En la misma época, en 1918, se crea el Parque Nacional de Ordesa, sin duda uno de los precursores en Europa en cuanto a protección y a la toma de conciencia de los valores estéticos del paisaje.

Las poblaciones autóctonas de una y otra vertiente son testigos de los referidos acontecimientos, que han acompañado su desarrollo y sus vivencias.

_Ostentan la impronta de su propia historia._.